viernes, 12 de octubre de 2007

Ánito contra Sócrates


Sócrates fue falsamente acusado ante un tribunal de 500 personas (la boulé) de corromper a la juventud fomentando en ella el sentido crítico y autónomo, y de no creer en los dioses de la ciudad. Así fue condenado en el año 399 aC a beber cicuta, sentencia que él aceptó como prueba de la importancia que para él tenía el cumplimiento de las leyes de su ciudad, aunque sus amigos le ofrecieron ayudarle a escapar, lo que cuenta Platón en el Critón.
En nuestros días la educación para la ciudadanía es una cuestión que ha sido puesta en el candelero de todas las discusiones de este país desde hace algunos años. Sobre todo ha sufrido ataques injustificados de parte de algunos dirigentes eclesiásticos que pretenden ver en ella un socavamiento de sus propios fundamentos teológicos. Se tiende a pensar que esta asignatura pretende fomentar personas sin creencias, que no creen en los valores tradicionales, y que se va a corromper a la juventud. Estiman entonces que educar para ser buenos ciudadanos equivale a educar para ser malos cristianos, y creo que ahí está uno de los principales errores, de la misma forma que considerar que la educación ciudadana se sitúa intelectualmente al mismo nivel que la educación religiosa, y que por eso son incompatibles, como si se pudiera hablar de una educación religioso-ciudadana o una religión de la educación para la ciudadanía. Si conseguimos desbrozar estas confusiones puede que los ánimos se calmen y podamos entender que ser un buen ciudadano en un estado aconfesional no equivale a ser ateo ni a creer que la forma tradicional de familia debe ser abolida. Ser un buen ciudadano es la base para ser un buen cristiano, pues antes de ser cristiano soy persona, y ésto lo saben muy bien los teólogos. Si soy persona antes de cristiano no puedo obviar mi pertenencia inicial a la sociedad en la que vivo y de la que formo parte, y en la que he de convivir aunque no todos compartan mis creencias. Ser un buen ciudadano es entonces cuestión inexcusable para que en un segundo momento decida tener mis creencias y llevarlas la prática, siendo cristiano católico, protestante, ortodoxo, musulmán o judío. Si entendemos ésto estaremos sentando las bases para que el pertenecer a una u otra comunidad religiosa no sea acicate para atacar a los demás y excluirlos, pues la comunidad ciudadana como tal no puede identificarse con una comunidad religiosa concreta. El marco ciudadano sería entonces el crisol de convivencia de distintas comunidades de fieles. Evidentemente no podemos aceptar que una comunidad se arrogue el derecho de determinar cuál debe ser la creencia oficial, ni el Estado tampoco puede negarnos el derecho a ejercer nuestra libertad religiosa. No es que la ciudadanía sea una religión, es la base para que pueda haber religiones, y más allá, es que es precisamente la religión la que tiene que hacerse ciudadana, entendiendo que aunque se crea en posesión de la verdad ello no hace que las demás religiones dejen de creer lo mismo. Se puede creer en la verdad absoluta e intentar transmitir esta buena nueva a los demás pero no con métodos inquisitoriales, sino con la paz y el diálogo. Decía Karl Rahner que hay muchas personas en el mundo que son buenas personas aunque no sean cristianos, son los cristianos anónimos. Dejemos que hayan buenas personas aunque no profesen ninguna religión.
No creer en los valores tradicionales e intentar corromper a la juventud fueron las acusaciones que los Ánitos del 399aC emprendieron contra el educador para la ciudadanía que fue Sócrates. La historia se repite, y hoy sigue habiendo Ánitos, Meletos y Licones que buscan desesperadamente algunos Sócrates que condenar.

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